Reconstruir la democracia en contexto de alta desigualdad y desconfianza social

Jesús Rodríguez
Economista e politico argentino

"Para un régimen democrático, estar en transformación es el estado natural;

la democracia es dinámica, el despotismo es estático y siempre igual a sí mismo"

(Norberto Bobbio “El Futuro de la Democracia”. 1985)

Nuestra región latinoamericana y, en general, las democracias del mundo están afrontando grandes desafíos, algunos de los cuales parecen amenazar su existencia. No es la primera vez que esto sucede, ni será la última.

Desde una perspectiva histórica, a mediados del siglo XX sólo había una docena de países con régimen democrático. En el año 2009 eran 87. Hoy según el Center of Systemic Peace, son democráticos 103 países, en los que habita la mitad de la población mundial. Esa es la gran tendencia.

En América Latina en 1976 había sólo cuatro democracias, hoy la mayoría de los países de la región vive bajo gobiernos elegidos. No obstante, lo cuantitativo debe ser visto a la luz de lo cualitativo, y en ese aspecto la calidad democrática dista de lo deseable. Para The Economist, sobre una muestra de 167 países solo 19 - y uno solo de América Latina, Uruguay - pueden ser considerados comodemocracias plenas.

Por lo tanto la crisis actual, considerada una  diabetes” por el último estudio anual de Latinobarómetro, es estructural en la región y en el mundo, porque podríamos arriesgar que es constitutiva de la relación capitalismo/democracia y está relacionada con aquellas promesas incumplidas de la democracia de la que nos hablaba Norberto Bobbio. Las causas que el gran politólogo expuso en 1985 están vinculadas con aspectos del capitalismo en esta etapa de la globalización que colisionan con las promesas de la democracia como camino hacia una sociedad mejor.

La globalización, si bien hizo posible reducir de manera sostenida la pobreza, ha producido dislocaciones sociales, desigualdad y crisis de identidad que alimentan un ciclo de esperanza y decepción. Y la democracia paga los costos de la exclusión y la falta de oportunidades. La velocidad de adaptación de sus instituciones es inferior a la velocidad de los cambios producidos por los vertiginosos avances  tecnológicos y económicos y en esa asincronía la democracia se lleva la peor parte.

Remedio para la diabetes democrática: más democracia

Estos factores están en las bases de las protestas sociales recientes, de Francia a Ecuador, de Hong Kong a cada reunión del G20 allí donde éste se reúna. La solución: más democracia. El camino para un mejor desempeño de la democracia es la adaptación de sus instituciones a las nuevas condiciones que impone esta etapa de la globalización, mejorando la gobernanza global.

La protesta social es el síntoma de la crisis actual, pero también lo es de que la democracia funciona y  - en la mayoría de las vece s- expresa una necesidad insatisfecha o la ausencia de canales adecuados para procesar intereses políticos y necesidades sociales. El temor a la protesta puede llevar a su criminalización o a la represión excesiva e ilegal, es decir, a empeorar las cosas. Cómo conducir ese malestar, cómo abrir canales de diálogo sin prometer falsas opciones, ese es uno de los dilemas democráticos actuales.

Sobre este descrédito o “pérdida de la ilusión” por el “incumplimiento” de las promesas de la democracia se montan los proyectos populistas de soluciones simplistas que, lamentablemente, ahondan la crisis democrática junto con los problemas que pretenden resolver. No sólo eso, el populismo corrompe las instituciones democráticas para ajustarlas a los intereses de su líder. Donald Trump en Estados Unidos, Viktor Orban en Hungría, Recep Erdogan en Turquía, o - para volver al plano regional-  Jair Bolsonaro en Brasil, Daniel Ortega en Nicaragua y Nicolás Maduro en Venezuela son todos ejemplos del deterioro democrático. El surgimiento de este tipo de líderes habla de la necesidad de la recuperación de las instituciones en términos de balance de poder y de respeto al Estado de Derecho, que en muchos casos es “torcido legalmente” para satisfacer las necesidades de un líder que encarna un “proyecto” de redención nacional. La última parada del tren populista es el autoritarismo, el régimen opuesto a la democracia.

Si bien el descontento con la democracia en la región es visible – y no hay manuales ni experiencias internacionales que brinden pistas sobre cómo dar vuelta la página del populismo, - las opciones autoritarias se mantienen limitadas. Sin embargo, nadie puede asegurar que, ante las necesidades insatisfechas, los pueblos terminen por abrazar regímenes autoritarios cuya ineficiencia e ineficacia ha sido históricamente probada.

Un problema de índole político

Los gobiernos latinoamericanos deben tomar el pulso de su población y prestar atención a las fuentes de descontento y desconfianza social. El crecimiento económico sin equidad y sostenibilidad ambiental es una receta que desemboca en el caos. La economía debe tener como norte el bienestar general, objetivo que debe ir alcanzándose en la medida de las posibilidades de cada país.

Los ciudadanos de nuestra región demandan una prestación mucho más amplia y mejor de servicios públicos, una mejor redistribución de los ingresos y más inversión pública para lograr la sostenibilidad ambiental. La instrumentación debe tomarse con mucho cuidado. Incluso algunas políticas aparentemente sensatas, como poner fin a los subsidios a los combustibles o al transporte público para brindar un destino más equitativo a esos fondos, pueden conducir a agitaciones masivas si se llevan a cabo en condiciones de baja confianza social, alta desigualdad y una sensación de injusticia ampliamente compartida.

Esto significa que el problema no es sólo económico, sino que es fundamentalmente político. Como dice el politólogo Gianfranco Pasquino: “El desafío contemporáneo en todas las sociedades es la desigualdad… Pero creen que la desigualdad principal es la económica. Y no es así, hay desigualdades muy importantes, que son las sociales, hay desigualdades de oportunidades que son fundamentales y hay desigualdades culturales también.”

Acuerdo Mercosur-UE, G-20 y otras herramientas globales para América Latina

El mejoramiento de la gobernanza global no implica la proliferación de instituciones supranacionales. En América Latina, de las actuales 24, la mitad se han creado en los últimos 20 años, generando más ruido que facilitando aquellos objetivos que les han dado vida. Hemos sostenido que las instituciones globales son indispensables para conducir la crisis actual que afecta a todos los bloques regionales existentes. En ese sentido, afianzar el Mercosur, alcanzar sus objetivos institucionales que poco han avanzado en su desarrollo, y establecer acuerdos importantes como el alcanzado con la Unión Europea, deben estar en la agenda de las transformaciones pro democráticas.

El reciente Acuerdo Birregional, alcanzado luego de 20 años de labor, señala la voluntad de gobernar la globalización con apego a procedimientos democráticos compartidos - garantizando derechos-  y de promover el desarrollo sostenible frente a las amenazas del avance de los populismos excluyentes. Desde el punto de vista económico es la creación de un mercado de 780 millones de consumidores, el mayor logrado hasta hoy por la UE.

El importante acuerdo reafirma, además, la necesidad de sostener bloques regionales trabajados democráticamente durante décadas para mejorar la vida de los ciudadanos que los integran. También es un hito en contra de políticas proteccionistas impulsadas por el gobierno norteamericano de Donald Trump y contestado por su par chino Xi Jimping, cuya eficacia ha sido descalificada por la historia económica mundial. Dicha guerra ha causado, por ejemplo, el abandono hasta la desaparición del Tribunal Arbitral de la OMC o la misma desacreditación de esa institución que es vital para la gobernanza de la globalización y que se encuentra paralizada desde su última ronda de Doha, iniciada en el año 2001.

En el caso de la Argentina es clave comprender y sostener el Acuerdo Birregional, como así también ponerlo en marcha. Junto con Brasil, Paraguay y Uruguay las legislaturas respectivas deben aprobar aquello que el Parlamento Europeo también deberá hacer a su tiempo. Entre ambos bloques hay una asimetría evidente y allí debe estar la política para moderar los impactos no deseados del cambio y conducir esa transformación. Dentro del Mercosur también hay diferencias, pero más allá de ellas, dadas por historia, desarrollo económico, actualidad ideológica y competencia nacional, el desafío consiste en no perder este tren histórico que coloque a nuestros países dentro del proceso político de la gobernanza global, única vía para aprovechar los avances tecnológicos y las oportunidades de inversión.

En este entendimiento, Italia como miembro pleno de la UE está destinada a cumplir un rol de dinamizador y propagador de estas ideas e instituciones que aseguran la gobernanza.

La globalización es imparable, ya tomó carrera hace varios siglos. En nuestro mundo integrado no hay lugar para soluciones individuales ni mágicas. El trabajo político debe redoblarse en este sentido, apoyando políticas comunes. En el caso de América Latina, aquellos países que integran el G-20 como México, Brasil y Argentina tienen un ámbito y una oportunidad de llevar adelante políticas conjuntas en tan importante espacio de representación internacional. A pesar de las críticas de los movimientos anti-globalización, ese foro - cuya misión explícita es la estabilidad financiera internacional - es la única instancia de coordinación para los gobiernos de las 20 economías más grandes del planeta. En el caso de los miembros del continente latinoamericano, cobra aún más relevancia porque los efectos nocivos de la globalización siempre pegan más fuerte a los países más vulnerables. Su desarrollo industrial, los problemas climáticos, energéticos y de criminalidad pueden ser abordados con un andamiaje común de políticas públicas e iniciativas internacionales que estén centradas en mejorar la calidad de vida de sus poblaciones afectadas por la violencia, la pobreza y los padecimientos por falta de infraestructura.

Las instituciones globales enfrentan un momento crítico: deben transformarse para un nuevo multilateralismo que está aún forjándose debido a la lucha por la hegemonía científico-tecnológica entre los EE.UU. y China, y deben hacerlo a un ritmo y escala sin precedentes. De cuán exitosa sea esta transformación dependerá el logro de un futuro sostenible.

La historia de la modernidad es la historia del progreso tecnológico, las Constituciones y el Estado de Derecho. El futuro de la democracia será la historia de ese avance tecnológico y el acompañamiento de esas instituciones de la gobernanza global que nacieron y se afianzaron luego de la Segunda Guerra Mundial como antídoto al horror, garantía de estabilidad social y posibilidad del porvenir.

17 January 2020
di
CeSPI (articolo introduttivo)